Es sorprendente y fascinante descubrir en versos escritos hace un milenio, cómo el hombre investiga el universo y desde qué lugar lo hace. En nuestro nuevo siglo, la razón es origen y motivo suficiente; antes tomaba más importancia lo sagrado y espiritual, y la razón era un medio para establecer conexiones entre el cosmos y la divinidad.
Los versos de
Manilio desatan belleza, ciencia y espiritualidad, recorren el
Universo conocido siempre redescubriéndose. De la construcción
poética nace el deseo de compartir el conocimiento de la época de
la forma más sublime. Y curiosamente, al igual que el sabio se
esfuerza en estudiar su ciencia, Manilio lo hace en divulgarla en su
canto.
Es bello en sí
mismo, no solo por la forma, si no porque deja entrever cómo el
hombre sabio entendía la naturaleza de las cosas, de la vida. Cómo
el hecho físico y el espiritual cobraban el mismo significado tras
los signos del cosmos divino. Lo sagrado cobra otro significado tras
las palabras del poeta.
A continuación dejo
un fragmento de la introducción al libro II del Astronomicón, obra
del siglo I d.C. En el libro II Manilio deja atrás el origen del
universo y la explicación de la naturaleza que nos rodea, cosmos y
tierra para adentrarse en la cualidad del universo a través del
zodiaco.
[…] Y no hay que
buscar lejos las pruebas para creer: así es como el cielo templa los
campos, así da y quita las distintas cosechas, así pone en
movimiento el mar, lo mete en la tierra y lo retira de ella y este
doble movimiento que agita al océano o bien es causado por la acción
de la luna, o bien es estimulado por el alejamiento de la misma en
dirección opuesta, o bien sigue a Febo* en su órbita anual; así
como los animales sumergidos en los mares y encerrados en la cárcel
de sus conchas adaptan su cuerpo al movimiento de la luna, e imitan
su disminución, Delia*, y tu aumento; así también entregas tu
rostro al carro de tu hermano y de nuevo se lo vuelves a pedir, y la
parte que te deja o te concede es la que reflejas, dependiendo tu
astro del suyo; en fin , así es cómo los rebaños y demás animales
sin habla de la tierra, aun permaneciendo siempre en el
desconocimiento de sí mismos y de las leyes, como la naturaleza los
llama una y otra vez hacia el padre cielo, levantan si espíritu,
observan la bóveda celeste y los astros, purifican sus cuerpos al
salir los cuernos de la luna, prevén la proximidad de las tormentas
y la vuelta del buen tiempo.
Tras estos hechos,
¿quién podrá dudar que el hombre tiene una conexión con el cielo?
La naturaleza le dio algo sublime, el don de hablar, una amplia
inteligencia y un espíritu alado, y a él únicamente desciende la
divinidad, en él mora y se reconoce a sí misma. Prescinde de otras
artes cuyo ejercicio le ha sido concedido, dones capaces de provocar
la envidia y que son propios de nuestra condición. ¿Quién podría
conocer el cielos si no es por un don del mismo cielo, y encontrar a
dios si no es aquél que es parte él mismo de la divinidad? ¿Quién
podría conocer y encerrar su estrecha mente en esta mole en forma de
bóveda que se extiende sin fin, el movimiento ordenado de las
constelaciones, la bóveda ígnea del cielo y la eterna lucha de los
planetas en contra de los astros (y la tierra y el mar bajo el cielo
y lo que está bajo ambos), si la naturaleza no hubiese dado a los
espíritus una visión divina, si no hubieses dirigido hacia ella
misma a la mente que tiene su mismo origen, si ella no hubiese
impulsado una ciencia tan importante, y si no viniese del cielo lo
que al cielo nos llama para un intercambio sagrado con la naturaleza,
y para conocer las leyes primordiales que los astros imponen a los
que están naciendo? ¿quién negaría que es un sacrilegio
apoderarse del universo a su pesar y presentarlo a la tierra como si
se le hubiese hecho prisionero?
Pero, para no probar
con un largo rodeo verdades evidentes, la verdad por sí misma dará
a este conocimiento peso y autoridad; la razón, en efecto, no es
engañada ni engaña jamás. Como es debido hay que seguir el camino
acreditado por razones verdaderas, y el suceso ocurrirá como ha sido
antes predicho. ¿Quién se atrevería a negar lo que la Fortuna
confirma?, o a contradecir el resultado de un destino tan decisivo?
[…]
*Febo: del Dios Apolo: el Sol
*Delia; de la Diosa Diana: la Luna
Fragmentos copiados
del libro: Astrología. Autor: Manilio. Traductor: Francisco Calero
Os dejo un enlace a un comentario sobre la obra de Manilio
astronomicón
No os dejo el de la wikipedia por ser de crítica escasa y sesgada. Tan solo ver el siguiente comentario denota la poca sensibilidad y objetividad del personal: "Trata del cielo, de los astros, de los signos del zodiaco, de las constelaciones extrazodiacales y, finalmente, de la existencia de Dios, a quien confunde con el universo."
Yo me pregunto, ¿quiénes somos nosotros para juzgar esto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario